Las enfermedades que causan baja visión son aquellas patologías oculares o neurológicas que deterioran significativamente la capacidad visual de una persona, sin que pueda ser completamente corregida con gafas convencionales, lentes de contacto o cirugía. Estas condiciones afectan a millones de personas en todo el mundo y, aunque no siempre conducen a la ceguera total, pueden limitar considerablemente la calidad de vida y la autonomía de quienes las padecen.
El impacto de estas patologías va mucho más allá de la pérdida visual en sí misma. Las personas que experimentan una disminución significativa de su visión suelen enfrentarse a dificultades para realizar actividades cotidianas como leer, conducir, reconocer rostros o moverse con seguridad por espacios no familiares. Esto puede generar dependencia, aislamiento social y repercusiones emocionales como ansiedad o depresión.
Es fundamental conocer cuáles son las principales enfermedades que pueden derivar en baja visión, sus síntomas iniciales y factores de riesgo. Este conocimiento no solo permite una detección precoz, sino también la posibilidad de iniciar tratamientos que, en muchos casos, pueden ralentizar la progresión de estas patologías y preservar la función visual durante más tiempo.
Degeneración macular asociada a la edad (DMAE)
La degeneración macular asociada a la edad es la principal causa de pérdida visual severa en personas mayores de 65 años en países desarrollados. Esta patología afecta a la mácula, la parte central de la retina responsable de la visión nítida y detallada que necesitamos para actividades como leer, reconocer rostros o conducir.
Existen dos tipos principales de DMAE: la forma seca (atrófica) y la húmeda (exudativa). La DMAE seca, más común, se caracteriza por la acumulación de depósitos amarillentos llamados drusas bajo la retina y la atrofia gradual del tejido macular. La forma húmeda, aunque menos frecuente, es más agresiva y se produce cuando vasos sanguíneos anormales crecen bajo la mácula, provocando hemorragias y cicatrices.
Los síntomas iniciales de la deterioración macular incluyen:
- Distorsión de las líneas rectas (metamorfopsia)
- Zona borrosa o oscura en el centro del campo visual
- Dificultad para leer o reconocer detalles finos
- Disminución de la percepción de colores
- Necesidad de mayor iluminación para ver correctamente
Los factores de riesgo para desarrollar esta enfermedad macular incluyen la edad avanzada, antecedentes familiares, tabaquismo, obesidad, hipertensión y exposición excesiva a la luz solar. Aunque actualmente no existe cura para la DMAE seca, la forma húmeda puede ser tratada mediante inyecciones intraoculares de fármacos antiangiogénicos, que han demostrado ser efectivos para estabilizar e incluso mejorar la visión en muchos pacientes.
Glaucoma: el ladrón silencioso de la visión
El glaucoma representa una de las causas más frecuentes de ceguera irreversible a nivel mundial. Se caracteriza por un daño progresivo al nervio óptico, generalmente asociado a una presión intraocular elevada. Lo que hace particularmente peligrosa a esta patología es su carácter silencioso, ya que en sus etapas iniciales no suele presentar síntomas evidentes, por lo que muchas personas desconocen que la padecen hasta que el daño visual es considerable.
Existen diferentes tipos de neuropatía óptica glaucomatosa, siendo los más comunes:
- Glaucoma de ángulo abierto: es el más frecuente y se desarrolla lentamente, cuando los canales de drenaje del ojo se obstruyen gradualmente.
- Glaucoma de ángulo cerrado: menos común pero más agudo, ocurre cuando el iris bloquea el sistema de drenaje del ojo.
- Glaucoma de tensión normal: donde el nervio óptico se daña a pesar de que la presión intraocular es normal.
- Glaucoma congénito: presente desde el nacimiento.
El síntoma más característico del glaucoma es la pérdida progresiva del campo visual periférico, creando un efecto de «visión en túnel» en estadios avanzados. Otros signos pueden incluir dolor ocular (especialmente en el glaucoma de ángulo cerrado), visión borrosa, halos alrededor de las luces y dolor de cabeza.
Los factores de riesgo incluyen edad avanzada, antecedentes familiares, diabetes, hipertensión, miopía elevada y uso prolongado de corticoides. El tratamiento se centra en reducir la presión intraocular mediante gotas oftálmicas, medicamentos orales, procedimientos láser o cirugía. Aunque el daño ya causado es irreversible, el diagnóstico temprano y el tratamiento adecuado pueden prevenir o retrasar significativamente la progresión de esta enfermedad ocular.
Retinopatía diabética: cuando la diabetes afecta tus ojos
La retinopatía diabética es una complicación microvascular de la diabetes que afecta a la retina, pudiendo causar baja visión severa e incluso ceguera si no se trata adecuadamente. Esta patología retiniana se desarrolla cuando los niveles elevados de glucosa en sangre dañan los pequeños vasos sanguíneos que irrigan la retina, provocando alteraciones en la circulación y el suministro de oxígeno a este tejido sensible.
La evolución de esta complicación ocular diabética suele ser gradual y se clasifica en diferentes etapas:
- Retinopatía diabética no proliferativa leve: aparecen microaneurismas (pequeñas protuberancias en los vasos sanguíneos).
- Retinopatía diabética no proliferativa moderada y severa: más vasos sanguíneos se bloquean, causando isquemia retiniana.
- Retinopatía diabética proliferativa: formación de nuevos vasos sanguíneos anormales (neovascularización) y posible desprendimiento de retina.
- Edema macular diabético: acumulación de líquido en la mácula que puede ocurrir en cualquier etapa.
Los síntomas inicialmente pueden ser imperceptibles, pero con el tiempo pueden incluir visión borrosa, manchas o «flotadores» en el campo visual, visión nocturna reducida, dificultad para percibir colores y, en casos avanzados, pérdida visual severa.
El principal factor de riesgo es, obviamente, la diabetes, siendo mayor el riesgo cuanto más tiempo lleva la persona con diabetes y peor control glucémico tenga. Otros factores incluyen hipertensión, dislipidemia, embarazo y tabaquismo.
El tratamiento puede incluir un control estricto de la glucemia y la presión arterial, fotocoagulación con láser para sellar vasos con fugas, inyecciones intraoculares de fármacos antiangiogénicos o corticoides, y vitrectomía en casos avanzados. Las revisiones oftalmológicas regulares son fundamentales para las personas con diabetes, ya que la detección temprana permite iniciar tratamientos que pueden prevenir la pérdida visual significativa.
Cataratas y su progresión hacia la baja visión
Las cataratas constituyen la principal causa de ceguera reversible en el mundo. Esta patología se caracteriza por la opacificación progresiva del cristalino, la lente natural del ojo que ayuda a enfocar la luz en la retina. Con el tiempo, esta opacidad dificulta el paso de la luz, provocando una disminución gradual de la agudeza visual.
Aunque generalmente asociamos las cataratas con el envejecimiento (cataratas seniles), existen diferentes tipos según su causa:
- Cataratas relacionadas con la edad: las más comunes, aparecen gradualmente con el envejecimiento.
- Cataratas congénitas: presentes desde el nacimiento o desarrolladas durante la infancia.
- Cataratas secundarias: causadas por otras enfermedades como diabetes, uveítis o uso prolongado de corticoides.
- Cataratas traumáticas: resultado de lesiones oculares.
Los síntomas de la opacificación del cristalino se desarrollan lentamente e incluyen visión borrosa o nublada, sensibilidad aumentada a la luz y resplandores, visión nocturna deficiente, percepción alterada de los colores (que pueden parecer desvaídos), y cambios frecuentes en la graduación de las gafas.
Los principales factores de riesgo, además de la edad avanzada, incluyen diabetes, exposición excesiva a la radiación ultravioleta, tabaquismo, alcoholismo, traumatismos oculares y antecedentes familiares.
El único tratamiento definitivo para las cataratas es la cirugía, que consiste en reemplazar el cristalino opaco por una lente intraocular artificial. Este procedimiento es uno de los más realizados y exitosos en medicina, con una tasa de recuperación visual excelente en la mayoría de los casos. Sin embargo, cuando las cataratas son muy avanzadas o existen complicaciones quirúrgicas o patologías concomitantes, pueden derivar en situaciones de baja visión que requieren rehabilitación visual especializada.
Retinosis pigmentaria y otras distrofias retinianas
La retinosis pigmentaria engloba un grupo de enfermedades hereditarias que afectan a las células fotorreceptoras de la retina (bastones y conos), provocando su degeneración progresiva. Esta distrofia retiniana afecta inicialmente a la visión periférica y nocturna, para posteriormente comprometer también la visión central en estadios avanzados.
El patrón de herencia puede ser autosómico dominante, recesivo o ligado al cromosoma X, y se han identificado más de 100 genes relacionados con esta condición. La prevalencia se estima en aproximadamente 1 de cada 4,000 personas, afectando a hombres y mujeres por igual.
Los síntomas característicos de la retinosis pigmentaria incluyen:
- Ceguera nocturna (nictalopía): dificultad para adaptarse a entornos con poca luz.
- Pérdida progresiva del campo visual periférico («visión en túnel»).
- Deslumbramiento ante luces brillantes.
- Dificultad para distinguir colores.
- Disminución de la agudeza visual en etapas avanzadas.
Además de la retinosis pigmentaria, existen otras enfermedades retinianas hereditarias que pueden causar baja visión, como:
- Enfermedad de Stargardt: la forma más común de degeneración macular juvenil.
- Amaurosis congénita de Leber: causa ceguera o visión gravemente reducida desde el nacimiento.
- Distrofia de conos y bastones: afecta primero a la visión central y la percepción del color.
- Coroideremia: degeneración progresiva de la coroides y la retina.
Actualmente no existe un tratamiento curativo definitivo para la mayoría de estas patologías, aunque se están desarrollando terapias prometedoras como la terapia génica, el trasplante de células retinianas y dispositivos de retina artificial. El tratamiento se centra principalmente en el manejo de los síntomas, el enlentecimiento de la progresión mediante suplementos antioxidantes en algunos casos, y la rehabilitación visual con ayudas ópticas especiales y entrenamiento en habilidades para maximizar la visión residual.
Enfermedades neurológicas que afectan la visión
Además de las patologías que afectan directamente a las estructuras del ojo, diversas enfermedades neurológicas pueden comprometer la función visual, provocando situaciones de baja visión. Estas condiciones afectan a las vías visuales, desde el nervio óptico hasta la corteza cerebral occipital, donde se procesa la información visual.
Entre las principales patologías neurovisuales que pueden causar baja visión encontramos:
- Neuritis óptica: inflamación del nervio óptico que puede estar asociada a esclerosis múltiple. Causa pérdida visual rápida, generalmente unilateral, dolor con los movimientos oculares y alteración en la percepción del color.
- Accidente cerebrovascular (ictus): dependiendo de la zona cerebral afectada, puede provocar hemianopsias (pérdida de la mitad del campo visual), cuadrantanopsias o ceguera cortical.
- Tumores cerebrales: pueden comprimir las vías visuales, causando pérdida progresiva del campo visual, visión doble o disminución de la agudeza visual.
- Esclerosis múltiple: además de la neuritis óptica, puede causar diplopia (visión doble), nistagmo (movimientos involuntarios de los ojos) y otras alteraciones visuales.
- Enfermedad de Parkinson: puede provocar dificultades en la percepción del contraste, la discriminación de colores y problemas con los movimientos oculares.
- Hipertensión intracraneal: el aumento de la presión dentro del cráneo puede causar papiledema (inflamación del nervio óptico) y deterioro visual.
Los síntomas varían considerablemente según la patología específica, pero pueden incluir pérdida visual súbita o progresiva, alteraciones del campo visual, visión doble, dificultades en la percepción de profundidad y problemas con los movimientos oculares.
El diagnóstico de estas alteraciones neurovisuales requiere un abordaje multidisciplinar, con la participación de oftalmólogos, neurólogos y neurorradiólogos. Las pruebas diagnósticas pueden incluir resonancia magnética, tomografía computarizada, potenciales evocados visuales y análisis del líquido cefalorraquídeo.
El tratamiento dependerá de la causa subyacente y puede incluir medicamentos antiinflamatorios, inmunomoduladores, cirugía en el caso de tumores, y rehabilitación neurológica y visual. La neurorrehabilitación visual específica puede ayudar a los pacientes a adaptarse y compensar los déficits visuales permanentes.
Opciones de tratamiento y rehabilitación visual
El abordaje de las enfermedades que causan baja visión comprende tanto el tratamiento específico de la patología ocular como la rehabilitación visual para maximizar el uso de la visión residual. La estrategia terapéutica debe ser individualizada y multidisciplinar, adaptándose a las necesidades particulares de cada paciente.
Los tratamientos específicos varían según la enfermedad causante:
- Para la DMAE húmeda: inyecciones intravítreas de fármacos antiangiogénicos como ranibizumab, aflibercept o bevacizumab, que frenan el crecimiento de vasos sanguíneos anormales.
- Para el glaucoma: colirios para reducir la presión intraocular, tratamientos láser como la trabeculoplastia o cirugías como la trabeculectomía o la implantación de dispositivos de drenaje.
- Para la retinopatía diabética: fotocoagulación con láser, inyecciones intravítreas de antiangiogénicos o corticoides, y vitrectomía en casos avanzados.
- Para las cataratas: cirugía para extraer el cristalino opaco y sustituirlo por una lente intraocular.
- Para algunas distrofias retinianas: terapias emergentes como la terapia génica (aprobada para ciertas formas de amaurosis congénita de Leber), implantes de retina artificial y trasplantes de células madre.
Cuando la patología ha causado un daño irreversible, la rehabilitación funcional se convierte en el pilar fundamental del tratamiento. Esta incluye:
- Evaluación exhaustiva de la función visual residual para determinar las capacidades y limitaciones específicas.
- Prescripción de ayudas ópticas como lupas, telescopios, filtros selectivos, magnificadores electrónicos y sistemas de realidad aumentada.
- Entrenamiento en el uso de ayudas no ópticas como iluminación adecuada, material de alto contraste, textos ampliados o audiolibros.
- Adaptación del entorno para facilitar la autonomía, incluyendo modificaciones en el hogar y el lugar de trabajo.
- Entrenamiento en técnicas específicas para maximizar el uso de la visión residual, como el uso de la visión excéntrica cuando la mácula está dañada.
- Apoyo psicológico para afrontar el impacto emocional de la pérdida visual.
- Información sobre recursos comunitarios, grupos de apoyo y derechos legales.
La rehabilitación visual integral debe ser realizada por un equipo especializado que incluya oftalmólogos, optometristas especializados en baja visión, terapeutas ocupacionales, técnicos en rehabilitación, psicólogos y trabajadores sociales. El objetivo final es mejorar la calidad de vida y la independencia de las personas con baja visión, permitiéndoles mantener sus actividades cotidianas, laborales y de ocio en la medida de lo posible.
Importancia de las revisiones oftalmológicas periódicas
Las revisiones oftalmológicas regulares constituyen la piedra angular en la prevención y detección precoz de las enfermedades que pueden causar baja visión. Muchas patologías oculares progresan de manera silenciosa durante sus etapas iniciales, cuando el tratamiento puede ser más efectivo para preservar la visión.
La frecuencia recomendada de los exámenes visuales varía según la edad, los factores de riesgo y las condiciones preexistentes:
- Para adultos sanos menores de 40 años: revisión cada 5-10 años.
- Entre 40 y 54 años: revisión cada 2-4 años.
- Entre 55 y 64 años: revisión cada 1-3 años.
- A partir de 65 años: revisión anual.
Sin embargo, estas recomendaciones deben ajustarse en personas con factores de riesgo como:
- Antecedentes familiares de glaucoma, degeneración macular o distrofias retinianas.
- Diabetes o hipertensión arterial.
- Uso prolongado de medicamentos con efectos secundarios oculares.
- Miopía magna.
- Trauma ocular previo o cirugías oculares.
- Enfermedades sistémicas con manifestaciones oculares.
Un control oftalmológico completo debe incluir:
- Medición de la agudeza visual con y sin corrección.
- Evaluación de la motilidad ocular y la visión binocular.
- Examen de la presión intraocular.
- Valoración del campo visual cuando sea necesario.
- Exploración detallada del segmento anterior con lámpara de hendidura.
- Examen del fondo de ojo con pupila dilatada para evaluar retina, mácula, nervio óptico y vasos sanguíneos.
- Pruebas complementarias según cada caso: tomografía de coherencia óptica (OCT), angiografía fluoresceínica, etc.
La detección temprana de patologías como el glaucoma, la DMAE o la retinopatía diabética puede marcar una diferencia crucial en el pronóstico visual. Por ejemplo, el tratamiento del glaucoma en fases iniciales puede prevenir la pérdida irreversible del campo visual, mientras que la intervención temprana en la DMAE húmeda puede estabilizar la visión e incluso mejorarla en algunos casos.
Además, las revisiones periódicas permiten ajustar los tratamientos existentes, monitorizar la progresión de enfermedades crónicas y detectar nuevas complicaciones. En el caso de personas con diabetes, el control oftalmológico anual es fundamental, independientemente de la presencia o ausencia de síntomas visuales.
La prevención primaria también debe formar parte del cuidado visual integral, incluyendo consejos sobre protección solar adecuada, alimentación rica en antioxidantes, abandono del tabaco y control de enfermedades sistémicas que pueden afectar a la salud ocular.